miércoles, 23 de abril de 2014

El documental Los colonos del Caudillo



Anoche pude ver en la Filmoteca de Albacete el documental Los colonos del Caudillo y asistir al debate posterior con sus directores Lucía Palacios y Dietmar Post, dentro del ciclo de Cine Jurídico.
El documental investiga el por qué de la pervivencia del topónimo Los Llanos del Caudillo. A partir de este caso concreto se analiza la evolución de la dictadura y la pésima revisión de la memoria histórica durante el ya largo período desde la muerte del dictador hasta nuestros días. Descubrimos el enorme fraude que llevó a cabo el régimen con los colonos instalados en las tierras del Instituto Nacional de Colonización, sometidos a una implacable explotación, hasta el extremo de que no se concedieron los prometidos títulos de propiedad y para los que trabajaron en condiciones deplorables durante más de treinta años. Pero los directores no se detienen ahí sino que investigan por qué a día de hoy aún pervive la referencia al Caudillo en el topónimo del pueblo. Y es cuando comprendemos cómo se hizo la Transición y la mala gestión de la memoria histórica en los veinte años que gobernó el partido socialista en democracia, cómo la sociedad española aún no ha saldado las cuentas pendientes con el sistema de terror dictatorial de Franco.

miércoles, 9 de abril de 2014

Los cambios políticos de 1976 a 1981



Por su claridad y ordenación cronológica reproduzco el siguiente artículo de prensa:
José Manuel Romero. El País, 23 de marzo de 2014

1.670 días que cambiaron España

Desde su nombramiento por el Rey en 1976 hasta su dimisión en 1981, Suárez tejió la democracia a base de profundas reformas legales y grandes consensos

Llegó al poder sin democracia, por designación real, el 3 de julio de 1976. Cuando lo abandonó, el 29 de enero de 1981, tras dos elecciones exitosas y una dimisión traumática, la democracia funcionaba con plenas garantías. Adolfo Suárez (1932-2014), el hombre que guio a su país de las sombras a las libertades, levantó en esos años el edificio de la democracia a base de profundas reformas legales y grandes consensos. Fueron 1.670 días que cambiaron España.

Una ley para enterrar la dictadura. La Ley para la Reforma Política llegó cuando la dictadura aún paseaba por el Congreso y los principios fundamentales del Movimiento sujetaban a duras penas el modelo franquista de Estado. El 18 de noviembre de 1976, las Cortes Generales aprobaron por 425 votos a favor, 59 votos en contra y 13 abstenciones la Ley 1/1977 presentada 11 meses antes. La norma que abría la puerta a la democracia en España fue ratificada en referéndum sólo uno mes después con el 80% de votos a favor y una participación altísima (77%).

Esa Ley imponía la soberanía popular, el derecho de voto de todos los españoles a partir de los 21 años, dos cámaras (Congreso y Senado) cuyos representantes eran elegidos en sufragio universal, libre, directo y secreto. Una quinta parte de esos representantes eran designados directamente por el rey.

Legalización de los partidos políticos. Con la Ley de Reforma Política vigente, se inició la legalización de los partidos políticos (entre enero y abril de 1977). “No es buena política la de cerrar los ojos a lo que existe”, declaró Suárez para justificar la legalización del PCE. “No solo no soy comunista sino que rechazo firmemente su ideología (...) pero sí soy demócrata, sinceramente demócrata. Nuestro pueblo es suficientemente maduro para asimilar su pluralismo”,

Disolución de las Cortes franquistas: elecciones generales. El 15 de junio de 1977 se convocan las primeras elecciones democráticas. La UCD gana con el 34% de los votos. El PSOE roza el 30% y el PCE se queda en el 9%. Suárez preside el primer Gobierno democrático, sin mayoría absoluta en el Parlamento.

La Ponencia Constitucional. Las nuevas Cortes arrancan con el mandato de redactar una nueva Constitución que proclamaba que la soberanía nacional reside en el pueblo español, consagraba el Estado de las Autonomías y la monarquía parlamentaria como forma de Gobierno. Mientras se debate el texto legal, el Ejecutivo amnistía a los últimos presos políticos que quedaban en España.

Los Pactos de la Moncloa. Con las Cortes trabajando en la redacción de la Norma Fundamental para la convivencia democrática en España, el Ejecutivo impulsa con la oposición los denominados Pactos de la Moncloa, dos acuerdos muy relevantes en matería económica (derecho a la asociación sindical, límites de subida salarial similares a la inflación existente en esos momentos, devaluación de la peseta y reforma fiscal) y jurídico-politica (se incluyen los derechos de reunión, asociación política y libertad de expresión) que firmaron el 25 de octubre de 1977 los líderes de los principales partidos y CC OO.

Suárez cocinó aquellos pactos en conversaciones previas con Felipe González y Santiago Carrillo para garantizarse una cierta estabilidad, dado que su partido no tenía mayoría absoluta en el Congreso.

Ley de Amnistía. La capacidad de consenso que demostró Suárez facilitó también una Proposición de ley que presentaron cuatro grupos parlamentarios (UCD, PCE, PSOE y minorías vasca y catalana). Una normativa aprobada en octubre de 1977 para apuntalar la convivencia que en su artículo primero señalaba:

“Quedan amnistiados:

a) Todos Ios actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al día quince de diciembre de mil novecientos setenta y seis.

b) Todos los actos de la misma naturaleza realizados entre el 15 de diciembre de 1976 y el 15 de junio de 1977, cuando en la intencionalidad política se aprecie además un móvil de restablecimiento de las libertades o de reivindicación de autonomías de los pueblos de España.

c) Todos los actos de idéntica naturaleza e intencionalidad a los contemplados en el párrafo anterior realizados hasta el 6 de octubre de 1977, siempre que no hayan supuesto violencia grave contra la vida o la integridad de las personas”.

El sindicalista Marcelino Camacho, diputado del PCE, señaló entonces: “Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia adelante en esa vía de la libertad, en esa vía de la paz y de progreso”.

Las elecciones municipales. Las primeras Cortes se pusieron manos a la obra para levantar los pilares de la nueva democracia. Mientras unos parlamentarios redactaban la nueva Constitución, otros se afanaban en reformas legales para garantizar el cambio. En diciembre de 1977 se tramitó por la vía de urgencia el proyecto de Ley de Elecciones Locales. Martín Villa, entonces ministro del Interior, defendió con solemnidad aquella norma. “Para que la libertad sea auténtica y operante, debe comenzar por actualizarse precisamente en los ámbitos más profundos e inmediatos. Participación y presencia de losciudadanos en la gestión de sus más inmediatos intereses comunes, que son, precisamente, los que 1as Corporaciones Locales expresan y representan. En definitiva, autogobierno ciudadano como pieza básica y fundamental en un sistema político de libertad efectiva”.

Despenalización del adulterio, legalización de los anticonceptivos, ley del divorcio. Como consecuencia de los pactos de la Moncloa el Gobierno envió al Congreso varias reformas legales para la despenalización del adulterio y despenalización del uso de anticonceptivos. Suárez también dejó preparada la Ley del divorcio que se aprobó el 22 de junio de 1981.



martes, 1 de abril de 2014

Julián Casanova sobre la Guerra Civil

Por su interés reproduzco este artículo de Julián Casanova sobre la Guerra Civil:



Por: Julián Casanova | 01 de abril de 2014




“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, nuestras tropas victoriosas han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”, decía el último parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco el 1 de abril de 1939, con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba.

Atrás había quedado una guerra de casi mil días, que dejó cicatrices duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales, según los historiadores, se aproximó a las 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. El desmoronamiento del ejército republicano en la primavera de 1939 llevó a varios centenares de miles de soldados vencidos a cárceles e improvisados campos de concentración. A finales de 1939 y durante 1940 las fuentes oficiales daban más de 270.000 reclusos, una cifra que descendió de forma continua en los dos años siguientes debido a las numerosas ejecuciones y a los miles de muertos por enfermedad y desnutrición. Al menos 50.000 personas fueron ejecutadas entre 1939 y 1946.

Los hechos más significativos de la Guerra Civil han sido ya investigados y las preguntas más relevantes están resueltas, pero esa historia no es un territorio exclusivo de los historiadores y, en cualquier caso, lo que enseñamos los historiadores en las universidades y en nuestros libros no es lo mismo que lo que la mayoría de los ciudadanos que nacieron durante la dictadura o en los primeros años de la actual democracia pudieron leer en los libros de texto del Bachillerato. Además, millones de personas nunca estudiaron la Guerra Civil porque no hicieron Bachillerato o porque nadie les contó la guerra en las asignaturas de Historia.

Setenta y cinco años después de su final, puede ser el momento de recordar cinco cosas básicas que todo ciudadano informado debería saber sobre la Guerra Civil, pero nunca le enseñaron.

1. ¿Por qué hubo una Guerra Civil en España?

En 1936 había en España una República, cuyas leyes y actuaciones habían abierto la posibilidad histórica de solucionar problemas irresueltos, pero habían encontrado también, y provocado, importantes factores de inestabilidad, frente a los que sus gobiernos no supieron, o no pudieron, poner en marcha los recursos apropiados para contrarrestarlos.

La amenaza al orden social y la subversión de las relaciones de clase se percibían con mayor intensidad en 1936 que en los primeros años de la República. La estabilidad política del régimen también corría mayor peligro. El lenguaje de clase, con su retórica sobre las divisiones sociales y sus incitaciones a atacar al contrario, había impregnado gradualmente la atmósfera española. La República intentó transformar demasiadas cosas a la vez: la tierra, la Iglesia, el Ejército, la educación, las relaciones laborales. Suscitó grandes expectativas, que no pudo satisfacer, y se creó pronto muchos y poderosos enemigos.

La sociedad española se fragmentó, con la convivencia bastante deteriorada, y como pasaba en todos los países europeos, posiblemente con la excepción de Gran Bretaña, el rechazo de la democracia liberal a favor del autoritarismo avanzaba a pasos agigantados. Nada de eso conducía necesariamente a una guerra civil. Ésta empezó porque un golpe de Estado militar no consiguió de entrada su objetivo fundamental, apoderarse del poder y derribar al régimen republicano, y porque, al contrario de lo que ocurrió con otras repúblicas del período, hubo una resistencia importante y amplia, militar y civil, frente al intento de imponer un sistema autoritario. Sin esa combinación de golpe de Estado, división de las fuerzas armadas y resistencia, nunca se habría producido una guerra civil.




Vista la historia de Europa de esos años, y la de las otras República que no pudieron mantenerse como regímenes democráticos, lo normal es que la República española tampoco hubiera podido sobrevivir. Pero eso no lo sabremos nunca porque la sublevación militar tuvo la peculiaridad de provocar una fractura dentro del Ejército y de las fuerzas de seguridad. Y al hacerlo, abrió la posibilidad de que diferentes grupos armados compitieran por mantener el poder o por conquistarlo. El Estado republicano se tambaleó, el orden quebró y una revolución radical y destructora se extendió como la lava de un volcán por las ciudades donde la sublevación había fracasado. Allí donde triunfó, los militares pusieron en marcha un sistema de terror que aniquiló físicamente a sus enemigos políticos e ideológicos. Era julio de 1936 y así comenzó la Guerra Civil española.

2. ¿Por qué la propaganda domina a la historia cuando se trata de la violencia?

Para los españoles, la guerra civil ha pasado a la historia, y al recuerdo que de ella queda, por la deshumanización del contrario y por la espantosa violencia que generó.

Los bandos que se enfrentaron en ella eran tan diferentes desde el punto de vista de las ideas, de cómo querían organizar el Estado y la sociedad, y estaban tan comprometidos con los objetivos por los que tomaron las armas, que era difícil alcanzar un acuerdo. Y el panorama internacional tampoco dejó espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acabó con la aplastante victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento a los asesinatos y atrocidades que se extendían entonces por casi todos los países de Europa.

La apelación a la violencia y al exterminio del contrario fueron además valores duraderos en la dictadura que se levantó sobre la Guerra Civil y que iba a prolongarse durante casi cuatro décadas. Por eso, la sociedad que salió del franquismo y la que creció con la democracia mostró índices tan elevados de indiferencia hacia la causa de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura. Y sigue sin haber acuerdo fácil en esa cuestión, porque todas las complejas y bien trabadas explicaciones de los historiadores quedan reducidas a quién mató más y con mayor alevosía. En ese tema, todavía hoy, la propaganda, con sus habituales tópicos y mitos, suele sustituir al análisis histórico.

3. ¿Cómo se vio y se ve la Guerra Civil española en el exterior?

Pese a lo sangrienta y destructiva que pudo ser, la Guerra Civil española debe medirse también por su impacto internacional, por el interés y la movilización que provocó en otros países. En el escenario internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y de fascismo, España era, hasta julio de 1936, una país marginal, secundario. Todo cambió, sin embargo, a partir de la sublevación militar de ese mes. En unas pocas semanas, el conflicto español recién iniciado se situó en el centro de las preocupaciones de las principales potencias, dividió profundamente a la opinión pública, generó pasiones y España pasó a ser el símbolo de los combates entre fascismo, democracia y comunismo.

Lo que era en su origen un conflicto entre ciudadanos de un mismo país derivó muy pronto en una guerra con actores internacionales. La situación internacional era en ese momento my poco propicia para la República, y para una paz negociada, y eso marcó de forma decisiva la duración, curso y desenlace de la guerra civil española. La Depresión había alimentado el extremismo y minado la fe en el liberalismo y la democracia. Además, la subida al poder de Hitler y los nazis en Alemania y la política de rearme emprendida por los principales países europeos desde comienzos de esa década crearon un clima de incertidumbre y crisis que redujo la seguridad internacional.

Los mejores expertos sobre la financiación de la guerra y su dimensión internacional han destacado el desequilibrio a favor de la causa franquista de suministros de material bélico, pero también de asistencia logística, diplomática y financiera. Al margen de las interpretaciones canónicas de un lado o de otro, esos historiadores subrayan la trascendencia de la intervención extranjera en el curso y desenlace de la guerra. La intervención de la Alemania nazi y de la Italia fascista y la retracción, en el mejor de los casos, de las democracias occidentales condicionaron de forma muy importante, si no decisiva, la evolución y duración del conflicto y su resultado final.


Pero a España no sólo llegaron armas y material de guerra. Llegaron también muchos voluntarios extranjeros, reclutados y organizados en las Brigadas Internacionales por la Internacional Comunista, que percibió muy claramente el impacto de la Guerra Civil española en el mundo y el deseo de muchos antifascistas de participar en esa lucha. Frente a la intervención soviética y a las Brigadas Internacionales, los nazis y fascistas [en la foto, una compañía del ejército fascista de marcha por España en 1937, retratados por el teniente italiano Guglielmo Sandri] incrementaron el apoyo material al ejército de Franco y enviaron asimismo miles de militares profesionales y combatientes voluntarios. La guerra no era sólo un asunto interno español. Se internacionalizó y con ello ganó en brutalidad y destrucción. Porque el territorio español se convirtió en campo de pruebas del nuevo armamento que estaba desarrollándose en esos años de rearme, previos a una gran guerra que se anunciaba.

4. ¿Por qué se movilizaron tantos extranjeros en la guerra española?

Dentro de esa guerra internacional en suelo español hubo varias y diferentes contiendas. En primer lugar, un conflicto militar, iniciado cuando el golpe de Estado enterró las soluciones políticas y puso en su lugar las armas. Fue también una guerra de clases, entre diferentes concepciones del orden social, una guerra de religión, entre el catolicismo y el anticlericalismo, una guerra en torno a la idea de la patria y de la nación, y una guerra de ideas que estaban entonces en pugna en el escenario internacional. En la guerra civil española cristalizaron, en suma, batallas universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo. Por eso tanta gente de diferentes países, obreros, intelectuales y escritores, se sintió emocionalmente comprometida con el conflicto.

5. ¿Por qué ganó Franco la guerra?

Los militares sublevados en julio de 1936 ganaron la guerra porque tenían las tropas mejor entrenadas del ejército español, al poder económico, estaban más unidos que el bando republicano y los vientos internacionales soplaban a su favor. Después de la Primera Guerra Mundial y del triunfo de la revolución en Rusia, ninguna guerra civil podía ser ya sólo “interna”. Cuando empezó la Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa “apaciguar” a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses.

La victoria incondicional de las tropas del general Francisco Franco, el 1 de abril de 1939, inauguró la última de las dictaduras que se establecieron en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. La dictadura de Franco, como la de Hitler, Mussolini u otros dictadores derechistas de esos años, se apoyó en el rechazo de amplios sectores de la sociedad a la democracia liberal y a la revolución, quienes pedían a cambio una solución autoritaria que mantuviera el orden y fortaleciera al Estado.



Setenta y cinco años después, pocos creen ya que el objetivo del historiador es presentar a sus lectores “la verdad sin mancha ni pintura”, o que el pasado existe independiente de la mente de los individuos y lo que tiene que hacer el historiador, en consecuencia, es representarlo de forma objetiva. Que los hechos de la historia nunca nos llegan a nosotros en estado “puro” es algo que popularizó Edward H. Carr hace ya muchos años y había sido ya dicho por los historiadores norteamericanos de la “New History” a comienzos del siglo XX. Pero asumiendo que la verdad absoluta es inalcanzable, la función del historiador debería ser todavía, en palabras de François Bedarida, “la de descubrir modestamente las verdades, aunque sean parciales y precarias, descifrando parcialmente en toda su riqueza los mitos y las memorias”. Y algunas verdades relativas y bastantes certezas tenemos ya sobre la Guerra Civil, después de tantos intentos por reconstruir aquellos hechos y las vidas de los que los presenciaron, y por ampliar el foco, las fuentes y las técnicas de interpretación.

Además de difundir el horror que la guerra y la dictadura generaron y de reparar a las víctimas durante tanto tiempo olvidadas, hay que convertir a los archivos, museos y a la educación en las escuelas y universidades en los tres ejes básicos de la política pública de la memoria. Más allá del recuerdo testimonial y del drama de los que sufrieron la violencia, las generaciones futuras conocerán la historia por los libros, documentos y el material fotográfico y audiovisual que seamos capaces de preservar y legarles. Archivos, erudición, análisis, debates y buenas divulgaciones de los conocimientos. Eso es lo que necesitamos para seguir construyendo las partes del pasado que todavía quedan por rescatar. La propaganda y la opinión son otra cosa.

Julián Casanova es autor de España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Crítica).

Historia de España. Siglo XX (en inglés, capítulos iniciales)